jueves, 19 de marzo de 2009

Dos Orbes III.

Ide dibujaba un ser de luz de un árbol que encontró. Alh escribía sus pensamientos en un papel. Por la puerta de la pequeña cabaña de madera se observaban los reflejos que producían las estrellas sobre el mar. No estaban en ninguna isla ni en ningún continente, solo mar se extendía por cualquiera de las ventanas que miraras.


_IDE “…”


_ALH “…”


Durante ese momentáneo silencio Ide entendió en un segundo el agradecimiento de Alh. Que ella estuviera con él justo en ese momento y justo en aquel lugar, compartiendo su tiempo, su espacio y su aire, que le hubiera traído a su vida la luz de cientos de amaneceres y atardeceres, de noches bajo la luna, noches tranquilas, románticas, dementes y desesperadas, suspiros profundos, miradas infinitas y roces que enloquecerían a cualquiera. Durante un segundo y no más, Ide fue Alh en todas las formas posibles de ser. Pero fue suficiente. Cuántas veces deseó Alh expresar de forma llena y completa todo lo que sentía, y cuántas veces compuso canciones, pintó cuadros y escribió poesías que trataban de expresar de forma torpe e incompleta su amor por Ide… Y cuántas veces había fracasado en esas aproximaciones, en esas cadencias no del todo melodiosas, en esas rimas no del todo expresivas. Su esfuerzo y su voluntad resumidas todas en un segundo. Pues en un segundo Ide fue Alh, y se vio a si misma a través de sus ojos, y sólo de ese modo y de ningún otro pudo entender la infinitud de su agradecimiento.




El mar estaba tranquilo y la noche era fresca. El cielo también les pertenecía junto con todo lo que hubiera en él. Ide rozó la mejilla de Alh disfrutando del enorme descubrimiento que acababa de hacer… que eran lo más bello que había existido nunca.