miércoles, 31 de marzo de 2010

Leyendas I: Ende y la tierra prometida.



Ende y la tierra prometida.
Algunos poblados del centro de la dimensión θ, gobernados por el Superior Guarda, nacieron en un ambiente hostil y falto en recursos. El comercio con el exterior permitía el abastecimiento de materiales de construcción y armas.
Esos poblados muy pronto encontraron una manera de conseguir todas sus materias, y dejaron de relacionarse con el mundo exterior, destruyendo sus mercados y levantando sus murallas.
Pero pronto, la calidad de los alimentos y del vino se vio reducida por culpa del inesperado aumento de la población, y los saqueos producidos por bandidos del exterior. Necesitaban mejores infraestructuras para la creación de empleo y mejora de producción de bienes muy básicos que ya no había. Hubo muchos revuelos entre la población, muchos murieron por inanición o enfermedad, y la corrupción impedía el buen desarrollo. Intentaron rezar a los dioses, pero ellos no contestaban.
El Superior Guarda, afligido por su falta de éxito, pudo contactar con el hijo encarnado del dios Poseidón, Belo. Éste, había capitaneado a un pueblo que huía de las tierras Frías del Ártico llenas de zorros, -donde se decía que las guerras de fuerzas poderosas azotaban a las gentes de los pueblos más pequeños-, y los conducía a una tierra prometida. La tierra prometida, se llamaba, Tanoutia, y se encontraba muy lejos, muy al norte y al este, donde muy pocos guerreros habían osado siquiera aventurarse antes.
Belo, y el Superior Guarda, prepararon una gran embarcación, y fueron en busca de aquellas tierras. Durante aquella búsqueda, se encontraron con el poderoso líder de una secta satánica, que había conseguido preparar un ejército muy poderoso. Ese líder, se hacía llamar el Papa de la Magia, y había una leyenda sobre él, que cuenta que obligó a Judas a traicionar a Jesús. Así pues, Belo, el Superior Guarda, y el Papa de la Magia (que huía de Jerusalén) formaron una alianza liderada por el Papa de la Magia para aterrorizar a sus enemigos. Era Ende, La Última Alianza.
Un año después, a lo lejos y en el horizonte, divisaron una luz. Era la llama de la antorcha del Coloso de piedra que simbolizaba al Dios del Sol, Helios, en la tierra. Esa era la señal, Tanoutia, estaba ante ellos.

viernes, 26 de marzo de 2010

El horizonte.

Una cantidad de arena descomunal antes de llegar hasta la fresca agua salada de ahí delante. Detrás de mi está la valla metálica, y detrás, más dunas de arena plantadas de pinos y otros arbustos resistentes a la sal, y al sol. El tacto de la arena es tan efímero como mi presencia aquí. La luz que irradia sobre mi cuerpo, lo calienta, y calienta todas las cosas que hay dentro de él.

Al poner las palmas de las manos sobre la arena tostada, me queman durante unos pocos segundos. Al momento, la sensación es bienestar. Si todo lo que quema se evaporara tan fácilmente.

Una brisa me recuerda para qué estoy aquí. Para estar bien.

jueves, 18 de marzo de 2010

Toma esta vida.


Toma esta vida.

Respira por primera vez y siente cómo quema el aire al respirar. Acostúmbrate a respirar el fuego porque será el motivo y la pugna de tu permanencia en este mundo. Mira y fracasa, mira y aprende, mira todo lo que tienes ante ti, el dolor y la alegría, pequeña, lo tienes todo.

Toma esta vida donde estamos todos.
Toma esta vida para imprimir sobre roca.
Toma esta vida y haz lo que quieras.

Levántate y cae, aporrea tus rodillas, levanta tu barbilla y déjala caer. Llora ahora por todos los complejos y fracasos que vas a tener a lo largo de tu vida, para que nunca más tengas que volver a llorar, para que nunca más tengas que volver a temer, a dudar. Pues no lo dudes, fracasarás y te harás daño, te harán daño. Pero todos estamos aquí para avisarte y decirte: Se dura.

Toma esta vida donde todos estamos.
Toma esta vida para imprimir sobre roca.
Toma esta vida y haz lo que quieras.
Aitana...

lunes, 8 de marzo de 2010

Cortinas blancas

Vivo en un piso pequeño, en la quinta planta. La puerta de entrada da directamente al salón, donde tengo un sofá. La ventana está abierta, y debajo está el mar. El viento empuja las cortinas blancas y las deforma a su antojo. Hoy es un día luminoso. Permanezco recostado en el sofá, con mis vaqueros y nada más. Dejé mi camiseta sobre alguna silla.
Así permanezco unos minutos, sintiendo la brisa que entra por la ventana directamente sobre mi piel. De la camiseta me olvido para siempre.
Suena el timbre de la calle. Espero la visita de una chica, que conozco de poco tiempo, pero suficiente como para sentir confianza. Me levanto hasta el interfono. Cuando pregunto quién es, me responde con una voz un tanto agitada, y dulce al mismo tiempo: Soy yo. Le abro la puerta. Mientras sube por el ascensor, voy a la cocina a beber un vaso de agua. Me palpita el corazón de una forma muy agradable. Estoy un poco impaciente. Escucho un leve “toc, toc” en la puerta. Miro por la mirilla, y ahí está ella. Me quedo mirando unos segundos sin hacer nada, mirando su pelo moreno y liso, suelto, reposando sobre los hombros y su espalda. Abro la puerta.
Lleva puesto un vestido blanco de algodón, bastante fino, sujeto sobre los hombros mediante unos tirantes, tan delgados, que pensé que podría romperlos con un dedo. Me fijo en sus ojos, brillantes y bonitos, que me observan fijamente. Miro sus labios. Sus labios que, por algún motivo, hoy los percibo más gruesos y rojos de lo normal. Más húmedos de los normal. Los tiene entreabiertos, como si hubiera subido por las escaleras y necesitara aire. Le miro los pechos, que se notan redondos, y se muestran por el escote con una piel muy lisa. Me parece notar la forma de sus senos.
Le hago pasar, y ella entra, con alegría en su rostro y en la forma de su andar. Cierro la puerta tras ella. Me pregunta: ¿Dónde dejaste la camiseta? Le respondo que la he perdido. Me sonríe. Nos miramos directamente a los ojos durante unos segundos. Lentamente, pone su mano sobre mi vientre, y empieza a jugar con mi ombligo. Yo le pongo una mano sobre el cuello, y luego sobre su nuca, y luego la paso bajo su pelo. Cierra los ojos momentáneamente mientras acentúa su sonrisa, y se acerca un paso hacia a mí. Levanta su mano hacia su hombro y se empuja el tirante hacia un lado. Empiezo a notar una suave presión. Después, deja de tocar mi ombligo para levantar esa mano hacia su otro hombro, y deslizar su otro tirante hasta dejarlo caer. Su vestido cae completamente y sin remedio sobre el suelo, dejando desnudo su cuerpo. Sus pechos quedan al aire, turgentes, y sus senos son pequeños, pero firmes. Sus caderas son amplias y onduladas. Lleva puestas unas hermosas bragas blancas. Se acerca mucho más a mí, hasta que sus pechos chocan contra mi cuerpo y se aplastan contra él. Me coge las manos, y las pone sobre su culo. Me incita a apretar, mientras mi sexo se ha endurecido fieramente, notándolo en contacto sobre ella. Nos besamos instintivamente, dulcemente la primera vez, pero con mucha pasión después. Me apoyo sobre una pared, atrayéndola hacia a mí, y la beso. Ella con una mano en mi barriga y otra en mi cuello, dejando que sus pechos rozaran mi piel. Yo sigo investigando su culo, rozándolo con suavidad y apretando a veces. Paso con cuidado un dedo por debajo de las bragas, por arriba. No seguimos besando cuando ella baja una mano buscando el botón de mis vaqueros. Yo paso la mano por debajo de su prenda, tocando directamente su glúteo y apretando, bajando parcialmente sus bragas, y dejando a la vista su culo. Ella arquea su cuerpo hacia atrás, y baja sus dos manos hacia el botón de mis pantalones. Lo abre lentamente. Yo subo mis manos hacia sus pechos. Los acaricio por debajo, percibiendo su textura. Cuando empieza a bajarme la cremallera, yo se los aprieto. Tengo muchas ganas de dejar libre mi sexo. Me baja los pantalones, y me los quita completamente. Luego me besa de nuevo. Me rodea con las piernas, para juntar nuestros sexos a través de la ropa interior. Noto su humedad. Baja una mano a mi entrepierna, pasa la mano por debajo de mis calzoncillos, y roza con sus dedos mi glande, apretándolo con suavidad. Estoy muy duro. Yo le bajo completamente las bragas, las cojo y las lanzo lejos. Observo su sexo muy impaciente. Ahora ella me baja a mí mi prenda, y me agarra fuerte el miembro, masturbándome con energía. Al mismo tiempo yo paso mi mano por su sexo, introduciendo con cuidado un dedo entre sus labios, sintiendo la humedad. Juego con sus labios, penetro mi dedo entre ellos, sintiendo que me lo abrazan. Me excito mucho al pensar que como me abrazan el dedo, me abrazarán el sexo.
Le cojo de la mano y la empujo hasta el sofá. Me tumbo boca arriba sobre él, arrastrándola, empujándola sobre mí. El contacto de todo su cuerpo sobre el mío me da muchísimo calor y muchísima excitación. Ella pasa sus piernas a los lados. Nos miramos con mucha furia. Me coge el miembro, y roza con el glande su sexo. Lo pasa de arriba abajo entre sus labios. Metiéndolo un poquito, sacándolo después. Noto su humedad. Noto su necesidad y eso me da muchísimo más calor. Roza con mi glande su hueco. Lo empuja con suavidad dentro de sí misma. Empuja, y acaba entrando completamente. Me abraza el sexo, me rodea completamente con los labios, y con sus brazos, mi cuerpo. Levanta su culo, y siento como sale, lo vuelve a bajar y siento cómo vuelve a entrar. Gime fuerte, y gimo yo tras ella. Se mueve sobre mí y sobre mi sexo, mientras yo poso mis manos en sus caderas. Sus pechos se mueven al compás. Botan, y me encanta. Empieza a arquear su cuerpo hacia atrás. Sus gemidos suenan incontenibles, y yo no puedo más que gemir también. Su furia se desata en un grito, apretando su sexo fuertemente, haciendo presión al mío. Nos corremos y gritamos. Se inclina sobre mí y me besa el cuello. Todo palpita con suavidad:
Ah…
Ah...