sábado, 2 de julio de 2011

Olvidadizo...

¡Con qué facilidad lo olvidaba todo! A veces, sentía que la vida se escurría bajo mis pies, como un arrollo arrastrando todos los recuerdos. Recuerdo una vez, que me pasó algo, pero que ese algo podría haberlo evitado si me llego a acordar de llevarme la cartera… o algo así. Era grave, y fácilmente evitable, de eso sí me acuerdo.
Un día, trasteando uno de esos artilugios modernos en una tienda, un Ipad, me di cuenta de que un objeto como ese podría servirme para ir apuntándome todas las cosas que me hicieran falta. Me diseñaría un calendario, activaría alarmas, colocaría notas rápidas por todo el escritorio, y todas esas cosas que se pueden hacer con un Ipad. Como por entonces yo no tenía mucho dinero para comprarme uno, me compré un blog de notas, de esos obsoletos de papel y bolígrafo. Para el caso venían a ser lo mismo.
Pasaron semanas desde que comencé a usar mi nuevo blog de notas (o meses, yo la percepción del tiempo la tengo un poco confusa), cuando desperté una buena mañana. “¿Dónde estoy?”, quise saber. Es lo que suele pasar durante el primer segundo de claridad mental. No me hizo falta mirar mi blog para saber eso. Reconocía la estancia, las proporciones de las paredes y los muebles. Era un lugar conocido como “mi cuarto”. A continuación, la gente suele ponerse a hacer cosas. En mi caso, yo lo que hago es preguntarme “¿y ahora qué?”. Pues lo obvio, coger mi blog de notas. Lo abrí y leí la primera página “Has quedado con tus amigos para dar una vuelta a las once, en la plaza”. Perfecto, pero ¿qué hora es? ¿Y dónde está mi móvil?. Miro la siguiente página “Te has dejado el móvil en el segundo cajón”… Pues menos mal.
Salí de mi piso y bajé por el ascensor. Al salir a la calle me tropecé con una chica que me dijo “Hola, Gregorio”. No recordaba su nombre, pero la cuestión es que me sonaba de algo. Me limité a decir “Buenos días”. El resto de la mañana pasó apaciblemente con mis amigos, en un bar, una heladería, o algo así.
Por la tarde, después de la siesta, volví a preguntarme qué debía hacer ahora. Leí la siguiente página “¡Te ha tocado la lotería! ¡No olvides ir a cobrarla!” ¿¿Qué me ha tocado la lotería?? Eso es una buena sorpresa, sin duda. ¿Pero qué lotería, el bonoloto? ¿Y dónde está el papel?. La siguiente página de blog de notas me lo aclaró “Tienes el billete en el bolsillo trasero derecho de tu pantalón”. Lo comprobé, y era cierto. Así que esta mañana me levanté rico, y yo sin saberlo. ¡Qué emoción! Inmediatamente fui a cobrarlo.
Después de que ciertas personas parcialmente familiares para mí me felicitaran, me pregunté qué podía hacer con ese dinero, que era una suma más que considerable. La siguiente página decía “Habías decidido comprarte un coche, que te hace falta”. Qué idea tan genial. Fui al concesionario, y sin preocuparme en absoluto del precio de aquellos coches, elegí el que más me gustó y me lo compré.
De camino al garaje que acaba de alquilar al momento, me encontré de frente con una chica, que me miró sonriente y me dijo “Hola, Gregorio”. Me limité a decir “Buenas tardes”. Parece que se alejó un poco disgustada.
Así rezaba la siguiente página “A las doce de la noche en el bar Eclipse, arréglate”. A mandar.
Una vez allí, me encontré con mis amigos que se estaban tomando algo. No parecían demasiado alegres. Y es normal, según les oí decir, la crisis les estaba afectando mucho. En poco tiempo alguien sugirió tristemente que debía volver a casa. Las alicaídas caras de mis compañeros no parecían tener argumentos para quedarse más tiempo, y comenzaron a irse. Pero, sin la ayuda de mi blog, me acordé de algo. ¡No les había dicho que me había tocado la lotería! Lo dije, y todas sus caras parecieron cambiar, y todo se tornó sonriente, y todas las rondas pasaron de mi parte.
En pleno clímax festero dentro del bar, entró una chica, que me sonaba de algo, y me dijo sonriente “Hola, Gregorio”. No recordaba su nombre, y me limité a decir “Buenas noches”. Bajó su rostro y se fue al fondo del bar con sus amigas. Entonces leí la última página escrita en mi blog “Se llama María, y está enamorada de ti”. Torcí mi mirada en su busca, y me encontré con la suya, que también me buscaba. Sonreí, y ella respondió afirmativamente a mi sonrisa.

No sé si mañana me acordaría, pero hoy era un día de puta madre.