jueves, 30 de diciembre de 2010

El árbol que cayó y nadie lo escuchó

Meditaba hace pocos días sobre la siguiente paradoja: “Si un árbol cae en medio del bosque, y no nadie lo ha escuchado, ¿Realmente hace ruido?”. Usando razones sencillas, tenía una respuesta sencilla: Sí, a pesar de que ningún ser humano lo escuchó, hizo ruido, las vibraciones acústicas se expandieron por el aire, y produjo cambios a su alrededor. Y no sólo hablando de humano, también de animales. Aun suponiendo que no hubiera ningún animal alrededor (suponiendo que fuera posible), el árbol hizo ruido, y transmitió sus vibraciones a las plantas cercanas. Incluso, si el árbol estuviera apartado en un planeta donde sólo viviera él, cayó, y sus vibraciones sobre la tierra podrían producir un terremoto. Después de todo, una mariposa que bate sus alas en una parte del mundo, puede producir un huracán en la otra parte. Parece ser que todo lo que sucede, sucede, porque deja una huella en su entorno.
Pero ¿Y si el árbol cayera y su sonido no afecta en absoluto a su entorno? De nuevo, usando  razones sencillas, tenía otra respuesta sencilla: Ya que es imposible que algo suceda sin dejar ningún rastro, No, el árbol No hizo ningún ruido al caer. Por el simple hecho de que es una contradicción que algo suceda (hizo ruido, vibró) sin dejar alguna huella (para que vibre se requiere de materia que se deforma). Así, todo lo que sucede deja su muesca en el éter del universo, como la piedra en el estanque.
Todo lo que sucede.
Así, todo lo que hacemos, todo lo que pensamos, son pequeños impulsos que transmiten su energía a lo ancho y largo de todo lo demás. Eso hace pensar, que aquellas malas palabras que le dijimos a un ser querido van a dejar su huella en todo lo que nos rodea, ya que todo está dispuesto como una hilera de piezas de dominó, dispuestas a caer al más leve movimiento. Cada pensamiento es una piedra en el estanque, un big bang en el universo, con todos los rastros y pistas que dejamos detrás.
Deberíamos tener en cuenta, más a menudo, que cada pensamiento negativo tiene su eco en la inmensidad. Pues el árbol cayó, y si hizo algún ruido, todos lo escuchamos, de un modo u otro.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Mi conciencia y yo.

(Habla la conciencia)
-¿Qué estás haciendo abriendo el estuche del teclado? Vamos a ver, lo teníamos guardado en esa esquina medio oculto para que no lo tocaras ¿Y qué haces ahora? ¿Estás enchufándolo? Mira, mira, que lo que tienes que hacer es el plano de implantación que lo tienes a medias, haz el favor de recoger eso y ponerte a hacerlo ahora mismo.
(Hablo yo)
-Mira, no te pongas tan histérica que no es para tanto. Llevo ya casi media hora y necesito un descanso. Toco un ratito, me relajo, y luego sigo, que no hay que ser tan exigente eh, que luego nos ponemos tristes y nos cansamos, así que tranqui...
-¿Tranqui?¿histérica? ¿Qué forma es esa de dirigirte a mi? Dices que vas a estar un ratito, y yo te digo que una mierda vas a estar un ratito. Se te va a hacer de noche y luego dirás que ya es tarde, que está oscuro y no sé que más gilipolleces que pones como excusas para ponerte a jugar. So perro!
-A mi no insultes gilipollas que yo hago lo que me sale de los huevos, subnormal, voy a tocar el piano hasta que me salgan ampollas, así que enterada estás.
-Chaval, te la estás buscando bien, cabrón, ¿Qué sería de ti sin mi? Aun estarías en bachiller ligándote a las putas mañacas que hay allí, y tocándote los huevos cada vez que me relajo un poco, maldito macaco pajero y desagradecido!!
-¿Por ti? JA! Me río en tu puta cara desgraciada, mierda seca, que si pudiera iba yo a aguantarte, una puta mierda para ti, te sacaría las tripas y te las haría comer, hurón patizambo y calvo, jódete!
-Eres un hijo de puta, te voy a partir la cara cabrón, te voy a abandonar y te van a dar pal pelo chaval, que no vas a llegar ni a mono de feria, y vas a tener que comer la mierda que cagas si quieres seguir respirando por esos putos pulmones, gilipollas.
-Eres una ZORRA.
-Y tú una GUARRA.

(Y así están las cosas)




domingo, 19 de diciembre de 2010

Y así el hombre...

El hombre recorría los abismos infinitos del universo, flotando en él como un cometa, experimentando las infinitas sensaciones que cada astro proporcionaba. Pero el hombre tuvo miedo, y buscó una galaxia confortable donde entró, se acostumbró, y con el tiempo se encerró. Y así el hombre recorría los abismos de la galaxia, paseando entre los sistemas y las estrellas. Pero el hombre tuvo miedo, y buscó un planeta confortable donde entró, se acostumbró, y con el tiempo se encerró. Y así el hombre recorría el aire, el mar y la tierra, vislumbrando las formas de vida inclasificables que habitaban en él. Pero el hombre tuvo miedo, y buscó un suelo confortable donde entró, se acostumbró,  y con el tiempo se encerró. Y así el hombre, andaba, y subía montañas y bebía de los ríos. Pero el hombre tuvo miedo, y buscó un hogar confortable donde entró, se acostumbró, y con el tiempo se encerró. Y así el hombre distribuyó sus muebles, encendió la chimenea, y miró por la ventana. Pero el hombre tuvo miedo, y tapió las puertas, y buscó un lecho donde entró, se acostumbró, y con el tiempo se encerró. Y así el hombre tranquilamente dormía y soñaba con maravillas de otro mundo. Pero el hombre tuvo miedo, y construyó en su mente para protegerla de pesadillas un fortín donde entró, se acostumbró, y con el tiempo, se encerró...

Y así el hombre encerrado en su propia crisálida, espero la muerte...

viernes, 17 de diciembre de 2010

Decadencia.

Las delicadas sombras del rostro dejaron paso a la negrura, a la mugre, y al sebo repugnante, que tanto se acumulaba sobre la piel que bajo ella, rodeando el ombligo y las caderas, y bajo ellas, dejaron las pistoleras paso a los trabucos. La respiración bien aceitada y suave como un colchón de nubes ya forma parte de los archivos históricos, carcomidos por pequeños seres impertinentes, y ahora ruidosa y asmática cual moribundo en su lecho de muerte. Se olvidó pronto de la fluidez de su lengua, cuyas babas resecas han formado una masa pringosa pastosa que envuelve el músculo charlatán, como si de un abrazo de oso se tratara, inmovilizándola, agarrándola y atrayendola hacia los profundos abismos de la ruina.

La desesperación irrumpió en el hogar de la dulce ilusión, y guió a su capitán por los caminos de la decadencia, lo pobre y la podredumbre, el moho, los ecos vacíos, arenas movedizas y nubes tóxicas que impregnan la ropa y la manchan de tintes y olores permanentes e indestructibles como la propia destrucción de los tejidos vivos.

Desolador redil de los sueños rotos.

jueves, 9 de diciembre de 2010

a_Ñoras y el olivo

El olivo en lo alto de la colina hacía sombra a mi cuerpo, que reposaba acostado sobre hiervas silvestres. El sol lo alumbraba todo y dotaba al aire de una temperatura perfecta. Podría bajar de la colina, dirección al este, y sin dejar de pisar hierva, tierra fértil y arena durante kilómetros, podría llegar al mar y zambullirme en él. Por ahora, me conformaba con mirarlo desde aquí. Verlo, el mar, todo él. Y también una extensa pinada al norte de aquí. No sabría decir cuántos árboles habría, pero sí que una ardilla podría saltar de uno en uno y morir antes de alcanzar el último. Huertos de todo rodeándome, invernaderos de ñoras, y sombras. Mi casa se encontraba a media hora a pie de aquí, si me esforzaba en llegar puntual para la comida del mediodía. Lo recuerdo todo visceral, más auténtico que cualquier otro recuerdo, y absolutamente feliz. Tal vez sea porque es un recuerdo viejo, y yo vivía mi juventud plenamente entre la arena y el sol.

Hacía tiempo que había abandonado mi hogar de niño, y aquel olivo donde descansaba bajo su sombra. Pero volví, andando medio cojo ayudándome de mi bastón por el mismo suelo por donde antes corría sin percibir el cansancio. Pisaba asfalto, y hacia arriba había más cemento que cielo. La luz y las sombran dejaron sitio a la sombra y un aire asfixiante, denso y letal como el humo. Los edificios y neumáticos invadieron la tierra donde había hierva, y donde había raíces ahora hay alcantarillas. Seguía mi lento paseo, casi esperanzado en encontrar tras la siguiente esquina aquel bosque de pinos que se perdía en el horizonte. Poco después de tener ese pensamiento, se elevó ante mi el suelo, creó una pendiente hacia arriba en el camino, que llevaba hasta un olivo, que aun hacía sombra, en medio de un parque de bancos donde sentarse y columpios. El plan urbanístico había salvado de la extinción el olivo donde yo me acostaba a descansar. Qué enorme y triste casualidad. Con esfuerzo, ascendí la antigua colina por un camino adoquinado de gris, llegué hasta el olivo, que estaba rodeado de arena falsa y más adoquines. Lo toqué. Lo percibí viejo y cansado, mucho más viejo y cansado que yo. Miré hacia el mar, pero había desaparecido.

Donde antes estaban todas las cosas que yo apreciaba, ahora había dueños de terrenos que ya no tenían terrenos, pero eran ricos, había un pueblo que ya jamás volvería a pasar hambre ni pestes, había un supermercado, muchos bares y restaurantes, unos alcaldes ya retirados, aun más ricos y corruptos, una inmobiliaria internacional que tenía tanto dinero como el resto de la ciudad, si no más, además del poder y el control, coches, estrés, y hogares provistos de la última tecnología.

No somos tan listos como para tenerlo todo.