jueves, 25 de junio de 2009

ehhh...

Esto ya se aleja un poco de ser una simple afición. Las aficiones son buenas. Esto era bueno cuando era una afición. Ahora me tengo que pinchar la dosis para después seguir pinchándome otras dosis más, porque esto no tiene climax, ni final, ni satisfacción. Me puedo imaginar un buen golpe en la cabeza con una pequeña gran fractura y una perdida de neuronas extraordinaria, con una recuperación a medias. Se despierta en la cama de algún hospital donde le están curando a medias, se inclina con un cuidado especial, y cuando le preguntan su nombre se le ocurre decir: "ehhhh..." Con cara de estar pensando mucho y un hilillo de baba respalaaaannndoooo desde la comisura de los labios hasta la barbilla, hasta pasada la barbilla, hasta mojar su batín de hospital. Sus ojos achinados y mirando hasta el infinito o más allá, sí señor, sí, este tipo se lo está currando mucho, su esfuerzo es enorme y su voluntad es casi tan grande. Quiere decir su nombre pero, ehhhh... no se acuerda. Ni siguiera se acuerda de porqué tanto esfuerzo para tratar de recordar un nombre. Lo que importa ahora es que está cansado y que está inclinado. Qué posición tan incómoda. Se vuelve a acostar lentamente, y siente como se van relajando todos los músculos de se cuerpo. En el proceso de acostamiento expresa su agrado con una nueva exclamación usando la totalidad de su vocabulario: ehhhh....!! Otra vez acostado. Se siente como si se acabara de inyectar una de sus dosis. Como si se estuviera tomando ahora mismo otra de sus dosis. Es el recorrer del émbolo en el cuerpo de la jeringa, y es el llenado de sus venas de esa sustancia maravillosa, o no tan maravillosa, pero es la sustancia, y eso es lo que importa. Esa sustancia que lo hace tan... tan... ¿feliz? ... ehhh...

lunes, 15 de junio de 2009

Déjalos guiar sus pasos...

Me resulta sencillo imaginar a un niño con la frente y la nariz sangrantes. Los codos pelados y las rodillas medio destrozadas. Un niño es un niño, no un adulto, y aun no sabe cómo bajar unas simples escaleras. Su primer paso al abismo puede no coincidir con el siguiente escalón, el escalón que está justo abajo. Puede coincidir con el aire y nada más. Seguramente perdería el equilibrio, y las posibilidades de caer rodando las escaleras son al mismo tiempo estremecedoras e inevitables. Pondría la mano en el fuego a que se rompe la cabeza y media docena de costilla (ah, sí, no lo he dicho, la escalera es muy alta). Yo le cogería de la mano y le levantaría. Le diría "no te preocupes pequeño, que no pasa nada". El niño seguramente me miraría y pensaría que lo que le he dicho le sirve lo mismo que coger un bate y acabar con el resto de costillas que le quedan. "¿No ves que se me sale la materia gris entre las grietas de mi cráneo?" Me diría el inocente. "Haz el favor de llevarme a un hospital y que intenten curarme." Claro, el niño no lo diría con esas palabras. Se pondría a llorar (si es que, por algún tipo de milagro, siguiera vivo y consciente) y a gimotear por que le duele, ay, por que le duele mucho, ay, ay. Pero para el caso es lo mismo. "Venga, te llevo al hospital, de la manita".

Él no lo sabe, aun no. Pero acaba de aprender una lección importante en su vida. La lección es, que como intentó bajar antes las escaleras, no es una opción que le guste. Así no. De otra forma tal vez, pero así no. Tardará mucho en darse cuenta de eso. Le hará falta unos meses para curarse, y otros meses para serenarse y dejar de tener miedo. Entonces un día, durante su meditación antes de dormir, o al despertarse, o mientras ve una película o hace como que escucha a su madre decir que tiene que tender la ropa, tendrá una revelación y se dará cuenta. "Ah! Claro! Había que poner el pie en el escalón y mantener el equilibrio. Qué fácil que era, y que leñazo me di por no saber eso". Seguro de sí mismo iría a la misma escalera y la bajaría. Al principio lento y torpe, después (años después) con total seguridad... Pasaría el tiempo, un siglo o dos, y olvidaría que una vez se le partió la cabeza bajando una escalera. Bajar una escalera es algo tan obvio ahora.

El niño ha crecido un poco ahora, tiene unos cincuenta años, pero por supuesto, sigue siendo un niño. Ha decidido muchas cosas que antes no había ni siquiera imaginado. Decidió que lo más adecuado para no tener que alimentar a su perro era matarlo. Decidió que lo más adecuado para encontrar la verdad era no buscarla, que para ser feliz en pareja era no tenerla, que para bajar deprisa un edificio era poner un tobogán, que las niñas abortaran a las 2 horas de vida, que nadie pagara impuestos, que los críos no debían ir a clase en chandal ni con falda, si no con grilletes en los tobillos y en las muñecas. Decidió cosas una y otra vez, cosas que en ese momento le parecían una idea genial y que con ellas solucionaría todos y cada uno de los problemas.

Cuando llegó a los cincuenta y dos años se dió cuenta de que si mataba a su perro ya no lo tendría. Muy similar ocurrió con numerosas decisiones que había tomado a los cincuenta años. Todas y cada una de ellas era un error. Aprendió mucho a los 52 años. No sabía como solucionar ninguno de sus problemas, pero sí sabía algo. Que así no.

Como ya se ve, es un niño con una libertad completa y absoluta. Nadie le reclama nada, nadie le corrige sus pasos.

Cuando vi que quería matar a su perro a mi no me pareció buena idea. Pretendía explicarle que si lo mataba ya no lo tendría. Sí, podría habérselo dicho. Y él tal vez podría haberme escuchado y haberse apuntado en su libreta de apuntes "no matar al perro". Puf! Eso es demasiada teoría. La teoría y la filosofía es aburrida. Es mejor que lo sienta en la carne, que lo sienta en todo su corazón. Esas lecciones nunca se olvidan.

Este niño murió sin conseguir ser adulto a los noventa años. No tenía ni idea de cómo había que hacer las cosas. Pero eso sí, podría escribir tomos y tomos hablando de cómo no se hacían.

Tomos y tomos que su hijo tuvo que estudiarse. Su hijo, que vivió hasta los noventa y un años, cometió más del 98% de los errores que se supone que ya se había estudiado.

Cientas de generaciones después, los niños siguen siendo traviesos, los niños siguen muriendo por enfermedad, los niños siguen creyendo en las hadas... Suerte para aquellos pequeños que osan llamarse "los primeros de la clase". Que aunque siguen siendo traviesos, siguen muriendo por enfermedad y siguen creyendo en las hadas, ya saben al menos, qué es lo que quieren. Ser felices.

Todo a su tiempo, mis niños.