"Tenemos que matarle hoy".
Baltasar era arquitecto y había ido esa mañana a la catedral para hacer un estudio, y había escuchado esa frase de una mujer que se encontraba en la puerta trasera, junto con tres de sus amigas. Al acercarse él a ellas y entrar por la puerta, ellas callaron de pronto, y le miraron serias. Baltasar hizo como que no había escuchado nada, simplemente saludó, y entró.
Ellas eran amigas de una antigua novia suya, que hacía tiempo que no veía ni sabía nada. Pero recuerda muy bien que su ruptura no fue fácil para ella. Él siempre se ha sentido en parte culpable de aquel dolor.
Mientras tomaba notas de un muro deteriorado dentro de la catedral, una especie de eco llegó a sus oídos. Una frase que tal vez escuchó con demasiada claridad:
"Tenemos que matar al arquitecto".
Sintió un miedo repentino inesperado. Sí, tal vez, ellas querían vengarse. Tal vez ellas querían vengar las lágrimas que su amiga una vez dejó caer por él.
Al mediodía, Baltasar volvió a casa. Ellas ya no estaban allí.
Ese día, abrió la puerta de su piso un poco más lento de lo normal, y miró dentro antes de abrir del todo. Cerró la puerta y se mantuvo quieto cinco segundos para escuchar el silencio que invadía su hogar. Se aseguró de que el silencio fuera el mismo de siempre.
Mientras hacía la comida y mientras la comía, apenas podía escuchar la televisión, pues su mente se empeñaba en percibir cualquier cosa que se escuchara por encima de los altavoces. Subió el volumen, pero su mente siguió buscando en el silencio del pasillo.
Su mente le seguía repitiendo que "Tenemos que matar al arquitecto".
Pronto su paranoia se convirtió en verdadero miedo, así que decidió que no iría a esa catedral hoy. Pero tal vez alguien podía llamar para preguntar por qué no había ido. Así que apagó el móvil, y desconectó el teléfono. Alguien podía mirar a su ventana y ver que estaba abierta, así que la cerró. Se metió en su habitación, él no estaba hoy para el mundo. Se hizo oscuro pronto, pero él apagó las luces -alguien podría verlas desde fuera, aun con las ventanas cerradas. ¿Y si de verdad ellas querían matarle? Entonces vendrían a por él. Sí, vendrían. Así que cogió la mesa del comedor y la estampó contra la puerta de entrada. Ahora no se podía abrir.
Baltasar estaba en su cama, tapado con las mantas hasta la cabeza, pasando calor, cuando alguien llamó a la puerta.
Llamaba con energía. Y pronto se alzó una voz:
"Sabemos que estás ahí Baltasar, sal con nosotras".
Se tapó aun más y se mantuvo en silencio. Haría como que no está, y punto, así pronto se irían.
Traquearon más fuerte.
"No te escondas, sólo venimos a por ti".
Seguían traqueando.
Pero pocos minutos después, dejaron de hacerlo. Así que la casa se envolvió en silencio de nuevo. Había silencio en la casa, y pesar en el corazón de Baltasar.
Luego escuchó algo. Al principio no estaba seguro, pero cada vez lo estaba más. Había alguien en el pasillo que se acercaba a su habitación. Había pasos. Había presión en su garganta, y deseaba que sólo fuera su imaginación. Pero su deseo se desvaneció cuando el pomo de la puerta de su habitación giró, y se abrió. Aparecieron cuatro sombras en la oscuridad. Él grito y encendió la luz, y allí estaban las cuatro mujeres que había visto esa mañana en la catedral. Siguió gritando y maldiciendo.
"¿Qué coño estáis haciendo aquí?"
Ellas no hablaban, sólo se acercaban a él, le cogían cada una de cada extremidad y él no podía hacer nada. Gritó con fuerza pidiendo ayuda, pero nadie parecía escucharle. Siguió gritando cuando le sacaron de casa (la mesa del comedor que había puesto en la puerta estaba misteriosamente en su sitio de siempre), y siguió gritando en la calle cuando le metieron en un coche, y nadie parecía escucharle. Le llevaron a la catedral de nuevo.
"Baltasar, no has hecho bien en no venir hoy, tienes que acabar tu trabajo".
Baltasar decía cosas, pero nada de eso importaba a las mujeres.
Le plantaron detrás del altar. Allí había una gruesa puerta de madera que no estaba por la mañana. Le empujaron contra ella.
"Ábrela, pero ten cuidado, porque algo podría dañarse".
Aunque al principio se resistió a hacerlo, al final acabó abriéndola. Allí había una escalera que bajaba en espiral, a unas catacumbas quizás, no podía saberlo. Ellas le empujaron dentro, y le avisaron de algo.
"Cuando cerremos, ninguna voz podrá superar esta puerta, y ninguna fuerza podrá romperla. Baja hasta abajo, y busca allí tu destino".
"No", dijo él. Pero era demasiado tarde. Habían cerrado la puerta y él estaba encerrado. Pasaron largos minutos de, gritos, y de, oscuridad, y de, miedo,... hasta que la escalera empezó a aclararse poco a poco. Había una luz allí abajo.
Bajó las escaleras. Aquello era más profundo de lo que se esperaba.
Pisó el primer peldaño de abajo. Apareció ante él una enorme sala, que casi emulaba la cámara principal de la parte de arriba de la catedral. Sólo que allí no había bancos, y la luz no venía del sol atravesando las ventanas, si no de antorchas que palpitaban a lo largo de todos los muros.
Entró en la sala.
Sus pasos retumbaban y producían ecos infinitos. Miró al fondo. Había alguien allí, a lo lejos. Dijo Baltasar:
"¿Quién hay ahí?"
Entonces se escuchó algo indefinido. No eran exactamente pasos, era un traquear de maderas. Maderas podridas. Y aquel ser se movía. Se acercaba a Baltasar balanceándose como si estuviera ebrio.
Miró a su rostro, y palideció.
Era el rostro de lo que fue su novia. La amiga de las personas que lo metieron en este agujero. Pero su rostro no estaba entero. Su ojo izquierdo pandeaba fuera de su órbita sujeto por unas finas terminaciones nerviosas. La parte inferior de la mandíbula parecía estar colgada de los colgajos de la piel de la cara. Un cuchillo estaba clavado en su esternón. Uno de sus pechos había sido amputado como si lo hubieran cogido, apretado, y estirado sin compasión. No había signos de que estuviera vestida. Ni viva.
Ella se acercaba a él. Él estaba paralizado por el miedo. Maderas podridas.
Su mano derecha era un muñón, donde tenía clavada una larga estaca de madera que golpeaba en el suelo y producía ese ruido de madera podrida. Andaba con las piernas abiertas. Su entrepierna estaba destrozada, sangrante, casi inexistente, un círculo de dolor.
Verticalmente tenía clavada, en lo que fuera antes su sexo, una enorme estaca, que llegaba al suelo y atravesaba su cuerpo por la espalda, elevándose al aire, roja, grotesca. Todo indicaba que su locura le llevó a un onanismo mortal cuyo dolor impidió a su alma emigrar de este cuerpo surgido de infierno terrenal.
Intentaba comunicarse, hablaba con sílabas largas, rasgadas, como si sus cuerdas vocales fueran lijas. Ronquidos agudos y burbujeantes en sangre. Y entre inconfundibles sonidos como rugidos y balbuceos, Baltasar pudo entender una palabra:
"A.... MA.... ME...."