Permanecía sentado en la vía del tren, entre las dos guías, sobre uno de los travesaños de madera. Tenía las piernas cruzadas, y jugueteaba con las gravas. Eran gravas muy tostadas al sol, calientes y secas, tan ásperas y arenosas que al contacto producían tericia. Pero él ya se había acostumbrado, así que, a pesar de eso, jugueteaba con ellas.
Se aburrió pronto, y se levantó para seguir su camino. Tenía dos opciones, hacia delante o hacia atrás. Podría haber elegido cualquiera, no le importaba a nadie en realidad, pero eligió hacia delante. Le habrían educado así, o así habría sido su naturaleza. Hay quien diría que lo llevaba en los genes, otros, que simplemente era un ignorante que no tenía ni idea de hacia dónde les llevaba sus pasos. Sin metas definidas, solamente seguir y observar los paisajes que se extendían más allá de las dos líneas de los carriles, hay quien diría que estaba loco.
Cualquiera podría preguntarse por qué no salía de la vía y se iba a investigar por ahí, a descubrir mundo. Cierto es, que si él lo supiera, lo haría sin dudarlo un instante. Pero él no tenía la inteligencia ni la sabiduría suficientes como para salir de la vía del tren. Simplemente no sabía hacerlo.
No sé muy bien cuánto tiempo ha seguido la vía, pero sí sé que no el suficiente como para ablandar su ánimo y sus esperanzas, que seguían intactas desde el primer día. Así era, a pesar de tener la conciencia de que algo muy horrible se aproximaba tras él. Nada más ni nada menos que un tren de alta velocidad, que iba en su busca y un día, lo aplastaría. Sin embargo, sabe que cada paso que dé hacia delante, es un paso de vida y experiencia, y que cada paso que dé hacia atrás, es un paso más cerca de un final inevitable.
Pero inevitable o no, y por muy fantástico e increíble que suene, jamás dudó de que el tren nunca le alcanzaría, y de que encontraría el modo de sortearlo de alguna forma.
Hasta que una mañana, unas vibraciones intensas le despertaron de un sueño incómodo sobre los travesaños. Sintió un nudo en la garganta. Se levantó despacio, pero no tuvo miedo de alzar la vista. Ya venía el tren, y a una velocidad insalvable para sus piernas. Pero alzó el rostro orgulloso y se contó así mismo algo gracioso, pues su humor, su fuerza y su templanza, fueron indiscutibles hasta el último segundo.