domingo, 25 de octubre de 2009

Cucarachaaaa!!

Me desabroché las cordoneras de mis zapatillas. Tironeé las solapas hacia los lados.

Metí un dedo, el gordo, en el hueco que queda entre el talón y la zapatilla. Luego empujo hacia abajo y la zapatilla sale, con sus más y sus menos rozaduras.

Así es como me quito las zapatillas cuando llego a mi casa.

Deposito el asunto sobre la leja, y observo cómo debajo de la suela aparece un líquido medio verde y el otro medio de marrón. Levanto la zapatilla para ver qué había debajo. Aun seguía viva en mi suela la cucaracha que aplasté hace tiempo. Después de mis piruetas y mis borracheras, de esas que empiezas a saltar por algún gracioso motivo, si miramos lo gracioso como un asunto subjetivo después de una subjetiva cantidad del ron, y paras de saltar de alegría hasta que olvidas el nunca recordado ya dicho motivo, pues al día siguiente te acuerdas del primer cubata, y el último, ese que arrojaste al váter a través de tu dentadura. Aun así, aun seguía pataleando y antenando como una guerrera. Aguantando sus entrañas dentro de su cáscara como quien se aguanta sus tripas en un vientre rasgado de arriba a abajo y de izquierda a derecha, e insiste en sobrevivir a pesar de que lo que ahora tiene en la mano no es más ni menos que su propio corazón bombardeando lo que seguramente serán sus últimos latidos.

Aun así.

Pegada con su propia mierda a mi suela.

Uff!, cómo le huele ya.

¡¡¡Y yo me extrañaba de que mis pasos sonaran a blanco y negro!!!