Atrabiliaria difusa lucha. (Segunda parte)
Me levanté del suelo, y me dirigí a la puerta. Allí me estaban esperando el resto de luchadores. Habían usado técnicas ocultas para prepararse, habían hecho cosas que yo no comprendía. Uno de ellos se había implantado en su cráneo una enorme hoja metálica afilada, y se disponía a investirme con ella como lo haría un rinoceronte. Otro de ellos se cambió una mano por arma de fuego que podía disparar munición infinita. Todos ellos me parecieron grotescos, y por momentos me daban pena. Atacaron, uno corriendo hacia mí como un poseso y el otro disparándome sin miramientos. No fue ningún problema para mí esquivar esos ataques. Me sobraba un pensamiento para hacer que la hoja metálica saliera volando por el techo junto con la cabeza que la sostenía, o que el otro se viera impulsado hacia abajo, destrozándose, mutilándose.
Sobre una pared había un chico pequeño. Estaba colgado con cuerdas, y un plástico negro le cubría todo el cuerpo. Aquello pretendía ser un cebo. No sé cómo querían que funcionara, pero no funcionó. El chico se movía mucho, queriendo salir de ahí, y sin querer consiguió que el plástico cubriera su rostro y sus fosas nasales, impidiéndole respirar, y así murió. Esa sería la única muerte que yo no provocara.
Una chica permanecería impasible y preocupada en una esquina.
El resto del grupo de jóvenes se abalanzó contra mí. Yo me protegía tras los parapetos de plástico, corriendo de un lado para otro, buscando tras los escondrijos a luchadores y luchadoras, y retirándolos y retirándolas del combate. Uno tras otro, todos cayeron. Todos, menos dos. Una chica impasible, y otra chica que había sido compañera mía anteriormente (a mi entender, hacía milenios) de clase de universidad.
Me acerqué a la chica que no era alta, y tenía el pelo liso, moreno y largo hasta los hombros. Le di un abrazo y pretendía darle consuelo, y ella se dejó consolar. Posé una mano sobre su rostro y la dejé allí, junto a sus ojos preocupados y enamorados. Todo era destrucción a nuestro alrededor, pero yo quería crear una burbuja de protección para que no sufriera por todo aquello. Ella era dulce, y yo le demostré dulzura. Le prometí que no le pasaría nada.
La que había sido compañera mía, alguna vez, estaba sentada cerca. Le dije que yo no quería que pasara eso, que yo quería conservar el sentimiento de bondad. “He sentido – le dije – que alguien me ha escogido para que hiciera esto, y de algún modo él lo ha hecho a través de mí. Después de todo, sólo soy humano, debería ser incapaz de aguantar esta lucha”. Ella pareció comprender que lo que yo decía era cierto.
De repente, medio edificio desapareció, destrozado bajo una mano muy poderosa. Apareció ante nosotros un monstruo de casi veinte metros, casi una esfera constituida por carne, grasa y tentáculos que le permitían desplazarse. Tenía un orificio que podría pasar por una boca, formado por algo similar a unas palas de excavadora, una sobre otra, que se abrían y cerraban como lo haría el pico de un gorrión. Sentí en él que era parte de algo mucho más grande. Era una floración de aquella criatura que azotaba al mundo. Una escama que se había desprendido y había cobrado vida propia. Se acercaba a nosotros poco a poco.
Permanecía abrazado a aquella chica. No quería desprenderme de ella, quería seguir aquí. Pensé por un momento que merecía la pena ser aplastado por esa cosa si ello conllevara no tener que separarme de ella. Tanta pereza me daba, desprenderme…
Pero me levanté, he hice que las dos chicas se movieran y fuimos corriendo hasta la puerta que había al fondo de aquel cuarto donde me puse la capa. Sonaban detrás de nosotros aquellos ruidos guturales llenos de furia. Abrimos la puerta y subimos a lo largo de tres pisos por unas escaleras, que nos llevaron a un parque superior, con sus bancos para sentarse y sus pequeños árboles plantados en macetas por la terraza. Alguna vez esto debió de ser bonito.
Había sido elegido para salvarlas, y era el responsable de acabar con la criatura que azotaba al mundo. Ahora me sentía muy perdido, pero mi intuición me guiaba, para guiarlas a ellas, hacia un lugar donde escondernos…