sábado, 9 de junio de 2012

Huellas sobre el polvo


Traqueé la puerta para entrar, pero me di cuenta de que estaba abierta. Cómo no iba a estarlo, si aquí dentro puede entrar cualquiera.

Los primeros pasos que di dentro, dejaron huellas sobre el polvo acumulado de hace tanto tiempo. Casi no había muebles, y los pocos que había estaban cubiertos con una sábana blanca. El sonido de la estancia contaba esa gran soledad que habitaba en ella, con susurros parecidos a los que se escuchan en una cueva. El sol atravesaba las rendijas de las persianas a medio abrir, llenándolo todo de haces de luz.

Me quité la mochila y la apoyé sobre un mueble. La abrí, y fui sacando las cosas que había traído y que tenía la intención de dejarlas aquí para siempre.

Una lente. Es la mira de un telescopio que ya sólo decoraba mi estudio. En un lateral viene escrito “x4”. Nunca supe porqué la lente de x4 aumentaba más que la de x20. Nunca lo sabré.

Unos auriculares. Son de esos que te cubren toda la oreja. Tienen una claridad en los sonidos bajos que me parece fascinante. Los usaba para escuchar horas y horas de música.

Una pieza de ajedrez de madera, el rey negro. Quemé el resto del juego.

Un sombrero de paja. Descolorido de tanto usarlo. A veces, me pasaba un día entero andando bajo el sol, y si no llega a ser por este sombrero seguramente habría muerto.  

Un CD con un  videojuego. Soy incapaz de contar la cantidad de dragones y troles que he matado en este juego a base de lanzar relámpagos y columnas de fuego.

El resto de la mochila estaba lleno de libros. Uno de ellos contenía mapas estelares para cada época del año, otro era un manual de trucos de ajedrez, otro se llamaba “Mundo Submarino”, varios eran novelas de fantasía, de Michael Ende, Tolkien y similares… Y un libro de partituras. Me sabía algunos de los temas contenidos en este libro, y tenía la intención de aprendérmelos todos.

Me colgué la mochila vacía y ligera, y metí la mano en mi bolsillo para sacar el último objeto que dejaría aquí, el que más de dolería dejar.

Una armónica. Había aprendido a tocarla hace tiempo, pero ya no podría hacer que sonara mejor. Ya no tengo tiempo para eso…

…ni para hacer el resto de las cosas.

Me acerqué a una esquina a recoger lo que había venido a recoger (la esquina donde habría pretendido ocultarlo), algo que ocuparía, a partir de hoy, tanto tiempo como me ocupaban el resto de cosas que dejé aquí.

Salí de aquella estancia cerrando la puerta, para no volver jamás. 

                               

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