miércoles, 4 de julio de 2012

Las buenas personas


Me encuentro en un instante de mi vida en el que me empiezan a caer mal algunas gentes. Envidiosas y amargadas, todas ellas. Sin en cambio, de las que quiero hablar, es de las buenas personas.

 Estoy cansado de escuchar que en esta vida hay que ser un “espabilado”, es decir, alguien que no pierde oportunidad de coger aquello que desea independientemente de lo que deseen los demás. Cansado de escuchar que hay que tener miedo de la gente, porque la gente es muy mala y te roba y sólo quiere hacerte daño, por eso tienes que ser más espabilado que ella.

Pues no sé a qué gente se refieren. ¿Alguien ha visto a esa gente? ¿Conocéis a alguien tan malvado que haya que ser un espabilado para defenderse contra él? Pues seguramente sí, para qué vamos a mentirnos. Pero son los menos, escasos, cuatro gatos mataos, envidiosos, y amargados. La gente buena, la gente que no quiere hacerte daño aunque a veces lo haga sin darse cuenta, la gente que te daría la mano para ayudar a levantarte sin dudarlo ni un segundo, y la gente que quiere el bien para todos, aunque no sepa cómo conseguirlo, abunda en este planeta, aunque muchos aun no se han dado cuenta. Por cada persona mala, conozco veinte mil buenas… Vale, tal vez no conozca a tanta gente, pero es para que os hagáis una idea de la proporción.

Un hecho de mi infancia, muy tonto pero que para mi tuvo su eco en mi maduración, fue cuando fui a sacar la basura. Una gran bolsa de basura, tan pesada que me impedía abrir el contenedor para poder echarla dentro. Un joven adolescente se me acercó y levantó la tapa del contenedor por mí. Llegué pensativo a mi casa, y le dije a mi madre “Mamá, los jóvenes no son malos, son buenos”. ¿Por qué demonios yo pensaba que los jóvenes eran malos, hasta tal punto que me sorprendió que uno de ellos me ayudara? ¿Quién le metería esa mentira tan gorda a un niño de mi edad de entonces? Seguramente fue cosa de mi madre y de la televisión.

No sé si habéis probado a tiraros en medio de la calle de una gran ciudad y desmayaros. Se dice, que si eso pasa nadie te ayuda, porque en una ciudad todo el mundo pasa de todo el mundo. Pues yo eso no lo he visto en mi vida. Pero sí recuerdo una vez que mi madre se resbaló frente al corte inglés, y antes de que yo me diera cuenta ya estaba otra vez de pie, ayudada por un joven que pasaba por allí. Y otra vez, que llamé al 112 para avisar de que había una mujer tirada en la acera sin moverse, y que me dijera la operadora que ya habían dado ese aviso varias personas, y de que una ambulancia ya iba para allí.

Hay más resultados en google para “buena persona” (194 millones) que para “mala persona” (9 millones), y google no miente, eso lo sabemos todos.

Fácilmente me puede salir alguien contándome algún caso que demuestra que en las personas no se puede confiar. Porque esos casos llaman mucho la atención, mucho más que los casos donde actúan las buenas personas, porque esos buenos casos son tan numerosos que pasan desapercibidos.

Y para quien piense que soy inocente y un pardillo al que le van a dar más palos que a una piñata, le diré que si piensa que la gente es mala, es porque es tan envidioso y amargado como ellos, que no sabe a quién echar la culpa de sus penas, más que a ellos, esos seres fantasmales que jamás vais a conocer. 


Las personas somos buenas, tanto por naturaleza como por conveniencia, porque no podemos ser felices si no lo son los de nuestro alrededor. 



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